Feminicidio en La Molina | Madre de tres – El reportero andino

La historia de Andrea Paredes Reyes, madre de tres hijos y trabajadora incansable, terminó de la forma más injusta. Aquella madrugada del pasado 18 de febrero de 2025 salió de su pastelería en La Molina, tomó su moto y emprendió el camino hacia casa. Creía que había librado otro día sin encontrarse con Junior Grández Vásquez, el padre de dos de sus hijos, a quien había denunciado por agresiones y de quien se había separado hacía un año. Pero él la estaba esperando.

Las cámaras del local lo captaron horas antes, sentado, mirando el reloj, consumiendo algo mientras aguardaba a que ella terminara el turno. Andrea incluso lo atendió, como muchas veces, intentando evitar problemas. Al salir, trató de evadirlo acelerando su moto, pero Junior la siguió en su carro. En el cruce de la Alameda del Corregidor con Las Tipuanas le cerró el paso. Ella cayó al pavimento.

Andrea Elizabeth Paredes Reyes dejó a dos pequeños en orfandad y una hija de 20 años.

Andrea Elizabeth Paredes Reyes dejó a dos pequeños en orfandad y una hija de 20 años.

Fue entonces cuando él, cuchillo en mano, la atacó. Le dejó heridas profundas: una debajo de la oreja, otra en el brazo, una en el muslo y tres en el pecho. Un taxista que pasaba por el lugar intentó ayudarla y la llevó a un hospital, pero las lesiones eran demasiado graves.

Andrea, madre de una joven de 20 años y de dos pequeños de 6 y 1 año, no sobrevivió.

RELACIÓN MARCADA POR LA VIOLENCIA

La familia de Andrea siempre supo que ella había intentado alejarse. Había denunciado a Junior por golpearla y estrangularla frente a sus hijos, lo que derivó en medidas de protección entregadas por la comisaría de La Pascana. Pero esas medidas no la protegieron de nada.

“Cuenta de que hay como un barranco, que él agarra del cuello y le empieza a empujar hacia el barranco y ella se trataba de sostener y él trataba de empujarla al barranco y él le agarraba y se lo logra quitar al bebé y lo pone así como si fuese un paquete y la comienza a ahorcar y a quererla tirar y ella logra resbalarse, pero logran venir corriendo otra vez los primos y nuevamente, otra vez lo jalan y otra vez él se escapa y otra vez se iba contra ella a patearle en el piso”, contó su hermana sobre aquel episodio.

Su hermana lo recuerda con una angustia que le quiebra la voz: aquel hombre que un día quiso empujar a Andrea por un barranco antes de ser detenido a gritos por los propios primos. Aquel hombre que la ahorcó mientras la familia intentaba arrebatárselo. Andrea sobrevivió entonces, pero quedó marcada. La denuncia se presentó, las medidas se otorgaron… y la persecución continuó.

La noche del crimen, Junior volvió a insistir. Le envió mensajes, la llamó durante su break, le pidió otra oportunidad. Andrea le respondió que pensara en sus hijos, que aceptara la separación. Él no lo soportó.

Horas después apareció en la pastelería. La atendió como si fuera cualquier cliente. Y cuando ella salió, él esperó el momento exacto para seguirla.

Luego del crimen, Junior Grández Vásquez huyó rápidamente del lugar y abandonó su auto en la avenida Javier Prado.

Luego del crimen, Junior Grández Vásquez huyó rápidamente del lugar y abandonó su auto en la avenida Javier Prado.

UN PLAN MACABRO Y UNA CONFESIÓN INESPERADA

Después de apuñalarla, Junior huyó a toda velocidad. En Javier Prado estrelló su carro y lo incendió, presuntamente para desaparecer la ropa y cualquier evidencia del ataque. Las quemaduras que presentaba al ser detenido confirmaron que estuvo dentro del vehículo en llamas. Su familia contó que incluso intentó suicidarse.

Pero nada ocurrió como él esperaba. La culpa lo traicionó. Llamó a una prima y le confesó lo que había hecho: “He matado a Andrea”. Aquella llamada fue determinante.

Los primos no dudaron. Fueron a buscarlo, lo redujeron, llamaron a la Policía y lo entregaron en la comisaría de La Pascana. Junior terminó confesando el crimen.

Las cámaras de seguridad del municipio de La Molina registraron el ataque y ya están en manos de la Policía y la Depincri, que las utilizarán como evidencia para sustentar la acusación por feminicidio.

EL DOLOR QUE QUEDA

En la casa de San Juan de Lurigancho donde vivía Andrea, el ambiente es silencio y llanto. Su madre rompe en palabras que apenas puede pronunciar: “Yo la voy a volver a ver, tengo fe. Pero me parte el alma”. Su hermana la describe como una mujer buena, alegre, trabajadora, una madre que siempre estuvo pendiente de todos.

Los hijos pequeños no entienden por qué su mamá no regresa. No comprenden que su propio padre le arrebató la vida. Para ellos, queda un vacío que no tiene nombre.

La familia solo exige justicia. “Ella no merecía esto”, repite su hermana, agotada de llorar. “Cueste lo que cueste, esto se va a hacer justicia”.

“Él tenía todo planeado. Que le caiga todo el peso de la ley”, reclamó su madre entre lágrimas. Hoy, Junior está bajo prisión preventiva, pero la familia de Andrea no descansará hasta que sea condenado a cadena perpetua.

Andrea Paredes Reyes es hoy un nombre más en la dolorosa lista de víctimas de feminicidio en el país. Su historia no es solo una tragedia: es un recordatorio de que la violencia sigue avanzando incluso donde deberían existir garantías. Ninguna mujer debería vivir con miedo. Ninguna debería morir así.

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