Desde hace décadas, barrios como el asentamiento humano Santa Rosa, en La Chalaca, distrito del Callao Cercado, viven bajo la sombra de las operaciones aéreas del aeropuerto internacional Jorge Chávez. Hoy, con la puesta en marcha del nuevo terminal —desde junio de 2025—, que triplica el tamaño de su predecesor, la situación se ha agravado. No hay silencio. Ni de día ni de noche. El incremento del número de vuelos nacionales e internacionales ha provocado que distritos tradicionalmente menos afectados —como Bellavista y La Perla— ahora ingresen también a la “zona sacrificada”.
Alejandro Cáceres, chalaco desde hace más de 50 años, vive en el primer piso de una casa ubicada en la avenida Gambetta, junto a su madre, quien sufrió un infarto y necesita descanso. Aunque trabaja como gerente comercial de una empresa, sus reuniones virtuales son constantemente interrumpidas por el ruido de los aviones. “Es cada 5 o 10 minutos que pasan aviones”, comenta. El ruido diario y su efecto acumulativo han generado un escenario en el que el descanso y la tranquilidad se han convertido en un anhelo inalcanzable. “Hay casos incluso donde el ruido ha generado ruptura de vidrios.”
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Además, Cáceres preside la Asociación de Pobladores de Santa Rosa, una organización vecinal que busca que el Estado los escuche. Lo que comenzó como una queja doméstica se ha transformado en un movimiento de resistencia urbana que articula a diversos vecindarios y distritos cercanos. Los vecinos ya no solo exigen ser escuchados, sino que demandan el cumplimiento de las normas ambientales que —según denuncian— el propio Estado ignora. “El hecho que viva en un pueblo joven no implica de que nos traten como patio trasero de la ciudad.”

El costo sonoro del nuevo Jorge Chávez. Foto: Sebastian Blanco / La República
Un aeropuerto en medio de la ciudad
En junio de 2025, el Gobierno inauguró el nuevo terminal aéreo del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, construido detrás del antiguo, dentro del mismo territorio urbano del Callao. Con una inversión superior a los 2.400 millones de dólares y la promesa de convertir al país en un hub regional, el proyecto multiplicó la capacidad operativa del aeropuerto… y también el ruido.
“El aeropuerto está en medio de la ciudad. En el mundo, los aeropuertos se mandan fuera. Aquí se amplió sobre el mismo terreno, sin planificación urbana”, cuestiona Bryan Castillo, arquitecto y fundador del Laboratorio de Urbanistas del Callao Soñadores Urbanos. El especialista elabora actualmente un mapa de afectación acústica de la región chalaca y detalla que la nueva pista, ubicada más hacia el mar, ha ampliado el radio de impacto sonoro. “Bellavista, en su totalidad, está afectada; ya no solo esas tres urbanizaciones. La Perla está siendo groseramente afectada y la zona más tradicional del Callao también”, advierte.
En el Callao Cercado, la zona sur —desde el río Rímac hasta la Costa Verde— concentra gran parte del impacto. Allí se ubican barrios históricos como Gambetta Alta y el centro del Callao, además de hitos patrimoniales como la Fortaleza del Real Felipe y zonas más recientes, como los condominios de Villanova. En este sector también funcionan centros de salud, colegios, hospitales y centros comerciales expuestos al ruido constante de las operaciones aéreas.
En Bellavista, el eje de la avenida Santa Rosa concentra varias urbanizaciones afectadas desde hace décadas —Virú, San José, San Joaquín— y otras más recientes, como Ciudad del Pescador y Stella Maris, ubicada cerca de la Universidad Nacional del Callao. En esta zona también se encuentran colegios estatales emblemáticos, instituciones de educación inicial y mercados que conviven con el estruendo diario.
Por su parte, La Perla registra afectación tanto en la zona alta como en la baja, donde viviendas y edificios que antes no padecían contaminación sonora ahora la sufren a diario. Los vecinos aseguran que los despegues y aterrizajes nocturnos se han vuelto parte inevitable de su rutina.
Callao enfrenta una normativa desactualizada y falta de monitoreo aéreo
El impacto del ruido de los aviones sobre el Callao no es un hallazgo reciente. En 2018, un equipo de ingenieros ambientales de la Universidad Nacional del Callao —Carlos Chipana, Dreysi Farge y Katherine Ostos— publicó un estudio que evidenció niveles de contaminación sonora superiores a los Estándares de Calidad Ambiental (ECA), establecidos en 50 dB durante la noche y 60 dB durante el día, en casi todos los puntos evaluados. “Los valores sobrepasan los límites máximos permitidos en todos los puntos de muestreo, a excepción de la Urb. Los Portales del Aeropuerto”, concluía el informe.
Arnold Fernández, ingeniero ambiental de la misma universidad, advierte que los niveles de exposición sonora en el Callao continúan superando los valores permitidos y que, además, la normativa vigente requiere una actualización urgente, pues data del año 2003. “Las normas son demasiado generales, no obedecen a la dinámica del aeropuerto. Deberían estar clasificadas por actividades económicas impactantes: minería, industria o uso aeroportuario”, sostiene.
Según Fernández, el Comité Técnico de Mitigación del Ruido Aeronáutico (CTMRA), creado en 2018, no ha publicado resultados recientes ni informes públicos sobre sus avances. La falta de monitoreo y transparencia incrementa la desconfianza vecinal. “Solo se realizan coordinaciones y reuniones informativas, pero no decisiones efectivas”, lamenta.
Ruido con efectos invisibles: el deterioro silencioso de la salud en el Callao
El ruido aeronáutico no solo afecta la audición. Un reciente artículo de la Revista del Colegio de Cardiólogos de América advirtió que la exposición prolongada al sonido de las aeronaves puede alterar la estructura y función del corazón. “Nos puede afectar nuestra salud mental, puede ocasionar depresión, dificulta el aprendizaje, interrumpe las comunicaciones”, comenta Fernández, también vecino del Callao Cercado, quien vive en la zona desde hace 35 años. Recuerda que, cuando era niño, solía mirar los aviones pasar a lo lejos, pero hoy la situación es muy distinta. “Los puedo ver con detalle, quizás a 300, 400 o 500 metros. (…) Ahora los veo tan cerca que parece que van a caer”, relata.
“En la noche se escuchan aproximadamente hasta 25 vuelos”, cuenta Julio, vecino de los condominios Villanova, quien llega tarde del trabajo buscando un momento de tranquilidad, pero no logra encontrarla. Aunque no existen estudios médicos locales que midan el impacto sanitario del ruido aeronáutico, los testimonios coinciden en los mismos síntomas: ansiedad, insomnio y estrés. “El ruido de un avión te genera tensión en el cuerpo. Es insoportable. No solo te altera mentalmente, sino también físicamente”, describe.
Fernández alerta, además, que la región sufre múltiples presiones ambientales que agravan la situación: la contaminación generada por el transporte de carga minera, el río Rímac saturado de aguas residuales, la escasez de áreas verdes, la mala calidad del aire y las emisiones de vehículos antiguos, además del ruido del aeropuerto. “Todo eso se suma y genera un efecto sinérgico negativo, porque nuestra salud es afectada por diferentes aspectos”, advierte.
Alternativas para reducir el ruido
El arquitecto Castillo, desde su perspectiva urbanística, propone definir ejes o rutas específicas de despegue que conduzcan a los aviones directamente hacia el mar, evitando su paso sobre zonas densamente pobladas. “El ángulo de despegue tendría que ser mucho mayor al actual para que las aeronaves alcancen más rápido la altura necesaria para volar”, explica.
Esa medida —conocida como RNAV— ya se aplica en ciudades como Fráncfort (Alemania) o Málaga (España), donde permite trazar trayectorias precisas que reducen significativamente el impacto acústico sobre la población. “Evidentemente, se genera una incomodidad en el pasajero, pero son cinco segundos de incomodidad frente al derecho a vivir tranquilo de cientos de miles de personas”, enfatizó.
El experto reconoce que, aun con esta medida, existiría un área afectada, pero plantea que sea una zona controlada y que se implementen bonos o programas de apoyo para que los vecinos puedan insonorizar sus viviendas. “En España, la AENA —empresa similar a LAP— financia la insonorización de las casas afectadas por el ruido de los aviones en las inmediaciones de los aeropuertos”, detalla.
Por su parte, el ingeniero Fernández señala que esta solución no es sencilla de aplicar en el Callao, debido a las condiciones de muchas viviendas. “Se pueden implementar barreras físicas, cambiar vidrios o ventanas, pero el problema es que muchas casas son de madera o materiales precarios que no permiten aislarse del ruido”, advierte.
Vecinos se organizan contra el ruido del Jorge Chávez
El cansancio se ha transformado en organización. Desde el Callao Cercado hasta La Perla, los vecinos han comenzado a articularse para exigir medidas concretas frente al ruido constante de los aviones. Alejandro Cáceres anuncia que se realizará el Primer Congreso Chalaco de Afectados por el Ruido Aéreo, un espacio donde confluirán asociaciones vecinales, ambientalistas y especialistas técnicos. Además, explica que, junto a otras organizaciones, están reuniendo fondos para adquirir equipos propios de medición sonora y así contar con datos independientes sobre el impacto real en sus barrios.
Mientras tanto, el aeropuerto proyecta elevar su capacidad operativa a 40 millones de pasajeros anuales, lo que incrementaría aún más el tráfico aéreo. Ante ello, las asociaciones vecinales preparan una petición formal al Congreso para exigir la actualización de la normativa sobre ruido aeronáutico. “No se puede sacrificar a la gente por un supuesto beneficio mayor”, reclaman.
Mientras las gestiones avanzan lentamente, el ruido de los aviones sigue marcando el pulso de los días en el Callao. En cada despegue, los techos vibran, las voces dejan de oírse y las miradas se cruzan con impotencia.
