El otro retrato de Mario Vargas Llosa: las – El reportero andino

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A su lado, como heroína discreta, está su hija y su cámara. Podríamos decir que escritor y fotógrafa son, sobre todo, observadores especializados. En el marco del Hay Festival de Arequipa, en la histórica Casa Tristán del Pozo, joya de la arquitectura virreinal peruana que acoge a la galería del BBVA, acompañada por el curador español Alejandro Castellote presentarán “Varguitas, la verdad de las mentiras”, muestra con más de 300 fotografías que no solo presenta todos los aspectos de la vida del Nobel, sino de la propia familia Llosa en la ciudad Blanca. Así, en la primera sala, celebramos la presencia de los antepasados. Son hallazgos del álbum familiar: la bisabuela Dorita en vestido de Novia retratada por los célebres hermanos Vargas; subidos a un árbol casi genealógico, el abuelo Pedro, la abuela Carmen, el tío Lucho, la tía Laura y Mamá Dora, en imágenes de cómo lucía la espléndida campiña arequipeña en 1917; Mario dando sus primeros pasos.

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Juan Carlos Fangacio
Mario dando sus primeros pasos, a fines de 1937, con el respaldo, posiblemente, de su madre Dora Llosa Ureta, escondida tras él.

Mario dando sus primeros pasos, a fines de 1937, con el respaldo, posiblemente, de su madre Dora Llosa Ureta, escondida tras él.

“Esa parte de la muestra es estupenda porque esas fotografías nos permiten empatizar. Hacen posible trasladar el “yo” al “nosotros”. Uno ve la época e inmediatamente nos resuenan las fotografías de nuestros abuelos, de los padres. Quién no tiene fotografías de familiares caminando por la calle, agarraditos del brazo, como solían posar. Son imágenes que nos abren una ventana al mundo”, explica Castellote. Vemos los tiempos heroicos en París, Barcelona, en Londres. Otras imágenes nos ayudan a releer al “Boom”. Encuentros con García Márquez, con Rulfo, con Onetti, con Sábato, con Carpentier, con Fuentes, con Donoso. Departe con el paisano Ribeyro, visita a Paul Bowles en Marruecos. Imprescindibles son las imágenes de la campaña política del noventa. Y cómo no, el Nobel en Estocolmo. Pero también momentos más relajados, como Mario y Patricia en Nueva York, paseando a su nieta en el cochecito. Entrañables fotografías de abuelos chochos. Además de fotógrafa, Morgana opera como celosa guardiana del archivo familiar. No hay un encuadre donde se la vea ella. Morgana está siempre buscando el momento especial de su padre.

Y en la segunda parte de la muestra, los cuatro grandes fotorreportajes de Morgana sobre su padre, todos publicados por la revista El País Semanal: la investigación en Tahiti para “El paraíso en la otra esquina”, su investigación en Irak, el reportaje en Israel y Palestina, y su dedicado silencio en Puerto Eten, previo a su despedida literaria. “Morgana interpreta un papel muy discreto para que, lo que se vea, sea a este señor entrevistándose con la gente. Para darle un contexto al momento en que él recaba información”, explica el curador.

Mario Vargas Llosa de niño.

Mario Vargas Llosa de niño.

¿Es la discreción un valor artístico? Como aclara el curador, se trata de la actitud más valiosa para un fotógrafo documental, que eligen ser invisibles. “El artista, consciente o inconscientemente, quiere hacer una reivindicación de sí mismo. Muchas de las veces hablan en primera persona, se ponen en primera fila. Los fotógrafos documentales son diferentes. Morgana no quiere protagonismo. Tampoco quiere mostrar complicidad con su padre, a pesar que se advierte en ellas una profunda admiración”, afirma Castellote. Antes de cerrar nuestra conversación por el Zoom, le pido al curador español si tiene una pregunta a Morgana para ser yo quien se la transmita. No tiene que pensarlo mucho antes de regalarme la cuestión: “Si ella ha sido capaz de leer los libros de su padre filtrando su relación personal con él. Me interesaría saber si ella ha sido capaz de disociarse en esa lectura. Si es posible leerlo como si no fuera de su padre”.

La fotógrafa y el lugar discreto

A Morgana no le gustan las entrevistas. Y en confianza, confiesa que le aterran. Por eso, se agradece la confianza para aceptar este encuentro en un café de Barranco al que suele caer por la mañana. Hablamos de las coincidencias entre escritores y fotógrafos, de que ambos deben especializarse en observar. Desde niña, siempre le gustó el periodismo, un oficio instalado en su casa junto con el literario. Las discusiones sobre política local y global en la mesa familiar, el desfile de periodistas por la sala desde que recuerda. Para ella, eso explica en parte el recelo que guarda hacia el gremio, pero también su admiración por la profesión. “No me gusta hablar en público y escribir no es algo que me salga de forma natural. Pero me encantaba el periodismo. Y cuando llevé clases de fotografía en el colegio, desde el primer día quedé absolutamente fascinada. Recuerdo que tenía entonces 14 años y decir: ”Esto es lo que estaba buscando. Esto es lo que yo quiero hacer”. No tenía que hablar, no tenía que escribir. Pero podía contar y mirar el mundo, tratar de plasmarlo con ese lenguaje. Fue un descubrimiento maravilloso”, recuerda.

Morgana Vargas Llosa. (Foto: Julio Reaño/ GEC)

Morgana Vargas Llosa. (Foto: Julio Reaño/ GEC)

La campaña política del noventa fortaleció esa decisión. Acompañando de cerca al padre y candidato, veía a los fotógrafos de prensa en el trajín diario y soñaba con ocupar ese lugar. “Contar historias a través de imágenes está muy ligado al acto narrativo. Evidentemente hablamos de un arte, pero hay distintos tipos de fotografía. Y para mí, el género documental, más cercano al lado periodístico, siempre me ha apasionado”, explica.

Comparto con Morgana la conversación previa con su curador. Cómo Castellote destacaba su discreción al ponerse tras la cámara. ¿Es la discreción un valor artístico? Le pregunto. Ella nunca se ha propuesto juzgarlo de esa forma. Prefiere apelar a una imagen más honesta: la de esconderse detrás de la cámara. “Siempre, desde niña, he estado expuesta al público. Ser hija de un personaje público como mi papá y sentir esa exposición es algo que nunca lo he llevado muy bien. Ha habido momentos muy difíciles donde te ponen a prueba públicamente y en los que la gente quiere verte equivocarte, hacer el ridículo en público. Buscan maltratar a tu familia y utilizarte. Todo eso lo he visto, lo he vivido, ha ocurrido muy cerca. No sé, debe haber una razón psicoanalítico que explique por qué detrás de una cámara me siento mucho más cómoda. Prefiero mirar el mundo de esa forma. Siento que la fotografía se trata de ‘aguaitar’ lo que está ocurriendo, desde un lugar discreto. Eso es algo que intentado hacer a la hora de trabajar”, afirma.

Vargas Llosa en el rodaje de “Pantaleón y las Visitadoras” en República Dominicana, en 1975. Le flanquean los actores Katy Jurado y José Sacristán.

Vargas Llosa en el rodaje de “Pantaleón y las Visitadoras” en República Dominicana, en 1975. Le flanquean los actores Katy Jurado y José Sacristán.

Cada uno tiene su estilo. Hay fotógrafos que entran con mucha presencia y ordenan rápidamente a la gente. Yo intento entrar de otra forma. A veces es difícil, porque en el periodismo tienes un tiempo limitado. Si no estás ahí y no empujas, no vas a tener la foto. Y los medios de comunicación valoran cuánto has empujado y cuán rápido lo haces. Por eso, para mis proyectos propios me gusta tomarme el tiempo para abordar la situación. Sí, llámalo discreción. La verdad me siento mucho más cómoda en ese rol tras la cámara”, añade.

El álbum familiar

Desde niña, Morgana revisaba los viejos álbumes de fotos, sacaba los retratos de los abuelos de las viejas cajas. Me confiesa que darle forma a todo ese archivo es un proyecto que le encantaría hacer, cuando tenga tiempo. Aquellas imágenes despertaban su curiosidad. Y sus padres, pródigos en historias, enriquecían los almuerzos hablando de la “tribu Llosa, los antepasados, los abuelos, la infancia de papá y mamá. “Ellos siempre me contaban esas anécdotas y yo sentía la necesidad de ponerles caras. Me encantaba buscar en ese archivo la casa de Cochabamba de la que tanto me hablaban, por ejemplo”, recuerda.

Retrato de Dorita Llosa Ureta, madre del Nobel.

Retrato de Dorita Llosa Ureta, madre del Nobel.

Llevar ese imaginario familiar a la mesa de conversación era algo que la familia hizo hasta el final de la vida del novelista. “Incluso en sus últimos días, cuando ya lo pasaba mal, nos pasamos mucho tiempo juntos, mirando esos álbumes, y volviendo a recordar las anécdotas, las historias de la abuela, los tíos y los primos. Era algo que nos unía mucho. Y sumar esas imágenes me parecía una manera bonita de hacerle un homenaje en esta exposición”, explica.

Cuatro viajes del padre y la hija

Para cualquier interesado en la literatura, resulta irresistible conocer el proceso de documentación de un autor previo a las disciplinadas horas frente al teclado. En el caso de Mario Vargas Llosa, el periodismo y la adrenalina del reportero empuñando su libreta, juegan un papel decisivo. Para su hija Morgana, se trata de una privilegiada oportunidad para documentar todo ese proceso. “Él tenía esa manera de escribir: primero hacía un borrador de la historia que inventaba, pero luego a él le gustaba ir al lugar real donde iba a situar su novela. Quería verlo y sentirlo. Para él era fundamental alimentar la novela con el clima, la vestimenta, la comida del lugar. Para eso, necesitaba vivirlo, recorrerlo”.

Vargas Llosa parece robarle un beso a Suzanne, bisnieta del pintor Paul Gaugin, a quien conoció en su viaje a las islas marquesas.

Vargas Llosa parece robarle un beso a Suzanne, bisnieta del pintor Paul Gaugin, a quien conoció en su viaje a las islas marquesas.

Interesada en ese proceso, le propuso a su padre seguirlo en el proceso de investigación de alguna de sus novelas. Era poco después del 2000, y ya el escritor estaba embarcado en “El paraíso en la otra esquina”, que se prestaba para todo un Gran Tour por las islas Marquesas, por la remota bahía de Atuona, la capital de Hiva Oa, donde se encuentra el Cementerio de Calvary donde reposan los restos de Gauguin. Él aceptó con su característico entusiasmo. Aquel fue el primer proyecto que hicieron juntos. En su momento, la exposición de aquellas imágenes recorrió galerías de todo el mundo. Es el proceso del escritor y el contexto de su viaje.

Por supuesto, seguir el ritmo de su padre no es algo fácil. Morgana recuerda una anécdota ligada a la obsesión del escritor por conocer el lugar, de vivirlo y sentirlo. En este caso, el Théâtre-Français, en la Place de la Comédie, en Burdeos, donde Flora Tristán colapsa días antes de su muerte. “Era domingo, y papá se puso a tocar la puerta para ver si el guardián del teatro podía abrirle. Al salir, le dijo que estaba cerrado, qué buscaba. “Tengo que entrar al teatro” respondió. “Pero está vacío”, respondía el encargado. “No se preocupe, yo necesito entrar al teatro, aunque esté vacío, cerrado y oscuro. Solo quiero sentarme ahí, un ratito”. Morgana sonríe al recordar el hecho. “El guardián creía que mi papá estaba loco. No tenía la menor idea de que ese señor estaba escribiendo una novela y necesitaba vivir ese espacio. Finalmente le abrió la puertas y él pudo entrar. Y yo le tomé una foto ahí, sentado en ese teatro vacío. Ese tipo de cosas eran tan de mi papá”, cuenta.

Al lado de la tumba de Flora Tristán, en el Cementerio de la Chartreuse, en Burdeos, Francia, parte de la serie dedicada al proceso de investigación de “El paraíso en la otra esquina”, novela publicada en 2003.

Al lado de la tumba de Flora Tristán, en el Cementerio de la Chartreuse, en Burdeos, Francia, parte de la serie dedicada al proceso de investigación de “El paraíso en la otra esquina”, novela publicada en 2003.

La experiencia en Irak tuvo otro carácter, ciertamente. Luego de la sobrecogedora belleza de la polinesia, el devastado paisaje de una Bagdad tras la caída del dictador Saddam Hussein. “Yo me había ido a seis meses a vivir a Bagdad, a trabajar con una ONG para llevar ayuda humanitaria. Y a mi papá, con todo su entusiasmo, le pareció una maravilla y fue a visitarme”. El escritor anunció al diario El País que iba a visitar a su hija en la zona de conflicto, y si querían publicarle un reportaje. No dudaron en aceptar. “Papá vino a visitarme y le preparé una serie de entrevistas y un recorrido por las zonas en las que yo vivía entonces. Fueron tres semanas de aventura, algo muy distinto a lo que habíamos hecho en el proyecto anterior. De hecho, cuando se publicó el libro, la mayoría de la gente que papá había entrevistado había muerto. Fue tremendo.

Sin embargo, en medio de la devastación, la fotógrafa pone atención también en los espacios de alegría que permanece: niños jugando entre las ruinas, vendedores en el mercado ofreciendo desolladas cabezas de cordero. Morgana busca siempre razones para la esperanza en medio de los contextos más difíciles. Solemos enfocamos en eso, en la miseria y la tragedia. Una imagen de niños riéndose a carcajadas en medio de todo eso es difícil que logre interesar. Pero no podemos olvidar que en todo drama humano hay también resiliencia. Y me parece importante reflejar también ese espíritu, como un homenaje a gente que está sufriendo tanto, y que a pesar de las circunstancias terribles, la guerra, la monstruosa dictadura, es capaz de reír, de demostrar amor y empatía. Siempre intento mostrar eso”, explica.

Lo vivido en Bagdad le preparó para el siguiente proyecto con su padre, el viaje a Palestina e Israel, encargado directamente por el diario El País. Con el propósito de comprender un conflicto sin fin, emprendieron juntos el año 2005, cuando se había firmado un tratado de paz que establecía la salida de Israel de 21 asentamientos de colonos en Gaza, decidido por el entonces primer ministro israelí Ariel Sharon. Ella viajó primero para investigar la situación y preparar las entrevistas. Luego llegó Vargas Llosa para desarrollar un reportaje a lo largo de 15 días.

Finalmente, la muestra arequipeña se enfoca en el último reportaje gráfico dedicado al proceso de trabajo de Vargas Llosa en su última novela: “Le dedico mi silencio”. El último viaje registrado en su cámara nos lleva a Puerto Eten. Como nos señaló Castellote, aquellas imágenes sugieren a una fotógrafa consciente de que aquellas serían las últimas fotografías que podría hacerle a su padre trabajando. Se nota su intención de añadir en aquellas fotografías una carga iconográfica para describir esos momentos de sutil despedida. Para Morgana, aquel proyecto fue muy triste, pero también bonito e incluso divertido. “No fue un viaje dramático, fue más bien alegre, como siempre sucedía cuando estábamos juntos. Pero claro, tenía un trasfondo que no quieres ver venir, pero que sabes que estaba ahí. Y él lo tenía clarísimo. Había dicho que aquella sería su última novela.

El Nobel en 2005, en un campo de entrenamiento de la jihad para entrevistar a miembros de Hamás para su reportaje “Israel, Palestina: paz o guerra santa”

El Nobel en 2005, en un campo de entrenamiento de la jihad para entrevistar a miembros de Hamás para su reportaje “Israel, Palestina: paz o guerra santa”

Habían hablado del viaje a Puerto Eten durante dos años antes. El escritor sabía que no podría dedicar más de tres años a un nuevo proyecto. Su salud quebrada no impidió que aquel fuera un viaje lleno de anécdotas, aunque la fotógrafa, confiesa que tenía claro que ese sería el último viaje que harían juntos. “Mis hermanos y yo íbamos a buscar los lugares que él necesitaba ver para aterrizar su novela y sus personajes. Tenía clarísima su historia, pero quería ver esos paisajes a los que no había regresado desde niño. Creo que él tenía la necesidad de volver a sentir la brisa, ver el puerto y el muelle”, recuerda. Mario no solo aprecia la belleza, sino también la miseria del lugar.

En efecto, quien haya leído la novela, recordará que uno de los momentos espléndidos ocurre en un basural en puerto Eten. Y la búsqueda de ese botadero fue otra aventura. Cuenta Morgana: “No existe un botadero en Puerto Eten. Y papá no entendía cómo no iba a haber uno en la ciudad. ¿Dónde botan la basura?, preguntaba. Finalmente le dijeron a papá que en Reque había uno, a media hora de allí, subiendo y bajando por la carretera Panamericana. Para el escritor, todo era gracioso y absurdo. Él y sus tres hijos en el carro buscando un basural. Cuando llegaron, el escritor tuvo que darse por bien servido. Sacó su libreta y empezó a tomar apuntes a lo largo de una hora, entre la basura y el desmonte. “Eran cosas que pasaban con mi papá”, comenta la fotógrafa.

Como última pregunta, le transmito a Morgana la cuestión confiada por el curador Alejandro Castellote: ¿Puedes leer a tu padre más allá de tu relación personal? ¿Leerlo como si fuera un extraño? Ella sonríe antes de responder enfática: “Es imposible”, dice. Puede gustarme más una que otra. A una puedo verle una técnica fascinante y otra puede interesarme un poquito menos, de repente. Pero me cuesta mucho leer la novela y no quitarme la idea de que detrás de eso está mi papá. El señor con el que me río, del que reconozco las anécdotas. Es algo de lo que no puedo desprenderme. Ni hablar”.

Prueba de ello es que, en estos últimos tiempos, por la tristeza de su ausencia, tras lo vivido el último año y medio, le cuesta mucho leer sus libros. No se siente capaz de hacerlo ahora. De hecho, le resulta menos doloroso trabajar en esta exposición, que tras verse en Arequipa espera desplegar en Lima en una galería por confirmar. “Voy a tener que esperar un tiempito. Y creo que eso responde a la pregunta”, añade.

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