Hace tres semanas, nos enteramos, vía un comunicado en redes sociales, del cambio de nombre del bar Queirolo del centro de Lima, el cual está ubicado en los cruces de los jirones Quilca con Camaná. El comunicado, de los propietarios del referido bar, decía que momentáneamente no iban a usar el nombre Queirolo debido a un fallo de Indecopi, que autorizó que su uso sea de los propietarios de la Antigua Taberna Queirolo, ubicado en el distrito de Pueblo Libre. Ambos casos solo tienen el apellido en común, no son familia. En estos momentos, la situación no está del todo definida debido a una casación presentada por los dueños del local del centro histórico.
¿Cuál Queirolo es mejor? Es una pregunta que más de uno se hace, o esta otra, más precisa: ¿cuál tiene más tradición? Preferencias de lado, cada Queirolo ha construido su público y es este el que al final decide. Como bien dijo el recordado poeta Antonio Cisneros ante la polémica del pisco, si este es peruano o chileno: “El pisco es de quien se lo chupa”. Los genios no se hacen problemas con las urgencias terrenales.
Quien escribe, e imagino que del mismo modo muchos, sí tiene una historia con el Queirolo del centro. Desde niño tengo un contacto con el centro de Lima, lo recuerdo bien ahora que degusto de un chilcano, un clásico de la casa. Este Queirolo, que hasta 1933 se llamó Bodega La Florida, año en que lo adquiere Ernesto Queirolo para pasar a llamarse como se le conoce en el imaginario limeño, es el único bar restaurante de esta zona que podemos catalogar de histórico, porque ha sobrevivido.
El centro de Lima es generoso en bares que han construido su leyenda a cuenta de la vida nocturna, los hay para todos los gustos, pero ciertos espacios se caracterizaron por congregar a políticos, literatos, artistas plásticos, periodistas y toda persona interesada en ampliar sus horizontes en interminables noches pautadas por la intensidad, como el Negro Negro, el Bar Zela, el bar Dominó, el Cordano, el bar del hotel Bolívar, por citar a los que están más instaurados en la memoria colectiva, al punto que una de las mejores novelas peruanas lleva en su título el nombre de un bar: Conversación en La Catedral (1969) de Mario Vargas Llosa. Entonces, se colige, no es cosa menor hablar de los bares, que no deben ser vistos como guaridas de borrachos festivos/violentos al paso, que algo de eso hay, pero no es lo único. Para la mayoría, el bar es la parcela de la construcción de la memoria emocional.

Salón Hora Zero. Foto: Sebastián Blanco.
Ya sea para pasar el rato o reunirse para discutir, para hablar con los amigos, para hablar de política o para chismear sobre la vida cultural e intelectual peruana, entre otras cosas motivadas por el azar, el bar es un espacio de intercambio de experiencias. En los bares, hasta en sus tramos más soporíferos, siempre pasan cosas, hacia dentro y hacia fuera.
Cuando se nos habla del Queirolo del centro de Lima, pensamos, principalmente, en su historia cultural y política. Al menos es así para quienes empezamos a recorrer las calles que lo rodean. Para los que hemos pasado la base cuatro y empezamos a desarrollar una sensibilidad cultural, política e incluso revolucionaria en los años 90, con los beneficios de la curiosidad y la tragedia de la posería, el Queirolo fue una referencia, sea como lugar o como punto de llegada, porque ir al Queirolo no significaba necesariamente ir al Queirolo.
Corría el año 1997 y el gobierno de Alberto Fujimori ya exhibía todas las características de ser una democracia maquillada. Un año antes, durante el mes de agosto, el Congreso de mayoría fujimorista había aprobado la Ley de interpretación auténtica, lo que facultaba a Fujimori postular a la presidencia por tercera vez. El artículo 112 de la Constitución Política de 1993 lo permitía, pero solo por un periodo consecutivo. Fujimori llegó a la presidencia en 1990 bajo el marco de la Constitución de 1979. El argumento fujimorista indicaba que el primer periodo gubernamental de Fujimori no contaba con la nueva Constitución de 1993. Para ellos, Fujimori sí podía volver a postular en el 2000 e ir por el quindenio.
En este escenario, más de uno paró la oreja. Se desató la controversia. En enero de 1997, el Tribunal Constitucional determinó que esa ley era inaplicable. Vista a la distancia, se trata, sin duda, de un fino ejemplo de la criollada fujimorista, que no se quedó de brazos cruzados. Mediante el Congreso, cuándo no, los magistrados del TC, Manuel Aguirre Roca, Guillermo Rey Terry y Delia Revoredo Marsano, fueron destituidos. Martha Chávez, Carmen Losada de Gamboa y Luz Salgado. Cómo celebraban al chino.
Empezó así a manifestarse el descontento en la sociedad civil, en estudiantes y en gremios de trabajadores. Lo que parecían sospechas, rumores y trascendidos sobre una actitud dictatorial con el objetivo de perpetuarse en el poder por parte de Fujimori y Vladimiro Montesinos, tenía ahora sí bases sólidas.

El Averno. Imagen: Controversiarte.
1997 es un año clave en la lucha por la recuperación de la democracia. En este escenario, el Queirolo del centro fue protagonista, porque llegó a convertirse en punto de encuentro (in)directo de los indignados. En la esquina frente al bar, estaba el paradero de combis que iban al Callao y la ruta comprendía la av. Venezuela, en donde está el campus de San Marcos. Esas combis traían al centro a muchos estudiantes de San Marcos y de La Católica; el paradero final era el Queirolo. A eso, se suma otro factor, la transformación de la segunda cuadra de Quilca con la fundación del Boulevard de la Cultura Quilca. Hasta la aparición de los libreros, esa segunda cuadra del jirón era sinónimo de peligro. De a pocos, aparecieron más emprendimientos libreros a lo largo de esa cuadra que terminaron por dinamizar Quilca, dando vida a lo que ya existía y repotenciando su actualidad. Un año después, en 1998, se fundó el centro cultural El Averno. La mesa estaba servida: se había consolidado un circuito cultural alternativo que respiraba a política por todos sus rincones.
Uno iba a buscar libros y en ese tránsito no solo se adquirían libros, sino igualmente música y adminículos culturales, y claro, uno se topaba con conciertos en la vía pública. Esto no quiere decir que lo consignado no haya existido antes, pero no se puede negar que entre 1997 y 2000, la actitud contestaría contra Fujimori se había concentrado en ese lugar y bares como el Queirolo cumplieron un rol fundamental. El Queirolo repotenció su tradición para una nueva generación con las historias de sus leyendas, como Hudson Valdivia (1930-1993), gran actor y el mejor intérprete de la poesía de César Vallejo; o las guerras de egos de escritores y artistas plásticos por el reconocimiento, que es ya una historia aparte; o la presencia de autores como Oswaldo Reynoso, quien condimentaba la farra con recuerdos de disidencia; resultan infaltables en este recuento los poetas a la cacería de impresiones a la par que gritaban ¡abajo la dictadura!

Rock y pogo en Quilca hoy. Foto: John Reyes.
Para un joven con sensibilidad cultural y temperamento contestatario, Quilca era el lugar de paso obligado, y el Queirolo y los bares aledaños, los destinos aleatorios. Pero el Queirolo se diferencia por su historia, principalmente la cultural. A la fecha, uno de sus hitos culturales es el salón Hora Zero, inaugurado el 17 de diciembre de 2009 en el contexto de la publicación del libro Hora Zero: los broches mayores del sonido de Tulio Mora.
La movida iba en serio. El centro de concentración era la plaza San Martín y no pocos colectivos de estudiantes partían de Quilca. En esas jornadas, vi a artistas como Herbert Rodríguez, quien hacía sus pancartas en plena pista, a músicos como Piero Bustos, el negro Acosta, los subtes ochenteros y otros dirigiéndose a la plaza San Martín. Todos mezclados, unidos en un solo objetivo, porque, hay que decirlo, a diferencia de épocas actuales, la polarización no había llegado a afectar el sentido común. Se trataba de sacar al dictador y a su maquinaria del SIN. Imposible olvidar a los apristas, pepecistas, acciopopulistas, a militantes de Patria Roja y de Izquierda Unida, con figuras como Javier Diez Canseco, compartiendo una sola indignación y marchando juntos. Esa unión no la he vuelto a ver. Se acabó ni bien Fujimori renunció por fax el 19 de noviembre de 2000, dos meses después del primer vladivideo.
Tras las protestas, la mayoría regresaba a Quilca, a sus bares. La esquina de Quilca ya estaba instalada en el imaginario de los disidentes jóvenes, del mismo modo el Queirolo y los bares aledaños. Por algo, el músico francoespañol Manu Chao, tras ofrecer un concierto en el anfiteatro del Gran Parque de Lima/Parque de la Exposición el 13 de abril de 2000, se dirigió al bar Queirolo con sus músicos de Radio Bemba a “sentir los tambores de la revolución”. Estábamos a meses de la Marcha de los Cuatro Suyos.
El Queirolo (o El emblemático Q de Lima) sigue manteniendo su festivo espíritu cultural. Y Quilca no se quedó atrás. En la primera cuadra de Quilca, la que conecta con el Teatro Colón y la plaza San Martín, es un centro cultural al aire libre, en donde se realizan recitales y conciertos de rock. El descontento, ante lo que pasa en el país y en el mundo, resulta evidente y la esperanza también.