EL OCASO DEL DEPLORABLE CARDENAL CASTILLO – El reportero andino

Por: Luciano Revoredo

La Arquidiócesis de Lima atraviesa una tormenta de escándalos que han colocado al cardenal Carlos Castillo Mattasoglio en el ojo del huracán. Nombrado arzobispo en 2019 por el papa Francisco y elevado a cardenal en 2024, Castillo prometía una Iglesia cercana a los pobres, sinodal y misionera. Sin embargo, las recientes revelaciones sobre su gestión han desenmascarado una realidad inquietante: un liderazgo marcado por acusaciones de encubrimiento, favoritismo, caos administrativo y contradicciones que han fracturado la confianza de los fieles limeños.

El caso más grave que sacude la arquidiócesis involucra al padre Nilton Zárate Rengifo, un sacerdote cercano a Castillo, acusado de acosar sexualmente y manipular a una monja contemplativa durante años. Según una declaración jurada obtenida por The Pillar en 2024, la religiosa denunció que Zárate, en su rol de director espiritual y confesor, incurrió en conductas inapropiadas que podrían constituir el delito canónico de absolución de un cómplice. La víctima, que padece un trastorno límite de la personalidad, fue presuntamente revictimizada por una investigación diocesana turbia. Los documentos revelan que la monja no fue informada formalmente sobre el cierre de su caso, enterándose solo a través de su abadesa, quien recibió un mensaje del obispo auxiliar Juan José Salaverry. Más alarmante aún, Zárate continuó en el ministerio público hasta marzo de 2024, lo que ha alimentado sospechas de encubrimiento por parte de Castillo. La semana pasada, el sacerdote solicitó su laicización, un movimiento que muchos interpretan como un intento de evitar un proceso canónico riguroso.

Este no es un caso aislado. Fuentes dentro de la arquidiócesis señalan un patrón preocupante: sacerdotes cercanos a Castillo, acusados de conductas indebidas, han sido protegidos o incluso ascendidos, mientras que clérigos conservadores o vinculados al predecesor de Castillo, el cardenal Juan Luis Cipriani, han sido marginados, despojados de sus funciones pastorales y, en algunos casos, dejados sin ingresos ni vivienda. La Casa del Clero, descrita como “la Siberia de Lima”, se ha convertido en un símbolo de esta persecución selectiva.

Mientras Castillo predica una “Iglesia pobre para los pobres”, las finanzas de la arquidiócesis cuentan una historia diferente. Según InfoVaticana y The Pillar, el arzobispado ha multiplicado por cuatro el número de empleados sin justificación aparente, y los sueldos de los allegados al cardenal han alcanzado niveles exorbitantes. Por ejemplo, Hipólito Caro Rodulfo, designado director de Asuntos Culturales, pasó de ganar 5,000 soles mensuales a 16,000, un aumento que contrasta con la desaparición de comedores gratuitos y becas para alumnos pobres en escuelas parroquiales. Los directores de estas escuelas, que antes ganaban entre 700 y 800 dólares al mes, ahora perciben más de 4,000, mientras las cuotas escolares han aumentado y los recursos para los más necesitados se han evaporado.

Castillo ordenó una auditoría en 2019 para investigar supuestas irregularidades financieras de Cipriani, pero no encontró pruebas. Sin embargo, las acusaciones de malos manejos en la gestión de Castillo persisten, con testimonios que sugieren que los fondos diocesanos se destinan a beneficiar a un círculo selecto mientras las parroquias más pobres luchan por sobrevivir. Este contraste entre el discurso de austeridad y las prácticas de privilegio ha generado indignación entre los fieles, quienes exigen transparencia y una auditoría independiente.

La gestión de Castillo también ha sido criticada por su inestabilidad administrativa. La vicaría judicial, encargada de investigar casos de abuso, ha sido desmantelada: jueces designados por Cipriani fueron destituidos, investigaciones fueron interrumpidas y la vicaría permaneció cerrada durante un mes tras la dimisión de Salaverry. Este colapso ha dejado a víctimas sin justicia y ha profundizado la percepción de un liderazgo arbitrario.

A nivel doctrinal, Castillo ha generado controversia por sus posturas progresistas, cercanas a la teología de la liberación marxista y alejadas de la ortodoxia católica. Su apoyo a la Pontificia Universidad Católica del Perú, criticada por sus enseñanzas heterodoxas, y su defensa de una obra teatral titulada “María Maricón” como una “exploración artística” lo pintan de cuerpo entero. Además, declaraciones como “Jesucristo no era sacerdote, era un laico” han sido calificadas de heréticas por críticos, quienes citan el Catecismo de la Iglesia Católica para refutarlas.

En una homilía reciente, Castillo se refirió despectivamente a los defensores de la Misa tradicional como la “divina pomada”, ridiculizando su devoción y profundizando la polarización en la arquidiócesis. Su rechazo a prácticas tradicionales, como las alfombras de flores para el Corpus Christi, constituyen un menosprecio al fervor popular, mientras que su solicitud de donaciones para un “regalo digno” tras ser nombrado cardenal ha sido vista como una contradicción con su mensaje de humildad.

A pesar de haber cumplido 75 años en febrero de 2025 y haber presentado su renuncia al papa Francisco, como lo exige el Código de Derecho Canónico, Castillo ha afirmado contar con la confianza del papa León XIV – sobre quien ha dicho que no es un león sino un cachorrito- para permanecer en el cargo hasta los 80 años. En una homilía del 4 de julio, desestimó las críticas como “chismes y mentiras” de “fariseos” y “aguafiestas”, un discurso defensivo y evasivo.

Las acusaciones contra Castillo no solo reflejan una crisis de liderazgo, sino también un desafío para la Iglesia peruana. Los fieles exigen una institución que priorice la justicia, la transparencia y la fidelidad al Evangelio. Las denuncias de encubrimiento, favoritismo y mala gestión financiera han erosionado la credibilidad de Castillo, mientras que la marginación de sacerdotes conservadores y el respaldo a posturas progresistas han alienado a una parte significativa de la feligresía.

Mientras el Vaticano evalúa su futuro, los católicos peruanos esperan un cambio que restaure la confianza y coloque a los pobres y a las víctimas en el centro, no solo en el discurso, sino en los hechos.

 

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