
Antes de ocupar el máximo cargo de la Iglesia Católica como Papa León XIV, Robert Prevost forjó una profunda conexión con el Perú. Su cercanía con las personas en situación de vulnerabilidad se reflejó no solo en templos y hospitales, sino también en espacios donde el cuidado y el afecto resultaban vitales para el desarrollo de niños sin hogar o sin familias estables. Chiclayo, una ciudad marcada por contrastes, fue testigo de uno de los gestos más memorables de quien años más tarde dirigiría al Vaticano.
Durante los años 2014 y 2015, Robert Prevost visitó el Programa Chiclayo de Aldeas Infantiles SOS Perú, organización dedicada a brindar acogida y protección a niños y adolescentes que perdieron el cuidado parental o vivían en riesgo de perderlo. La visita no fue protocolar ni distante. Llegó temprano, con paso tranquilo y mirada abierta, dispuesto a escuchar, saludar y compartir. Su presencia no pasó desapercibida para quienes entonces vivían en la comunidad.
Los recuerdos de aquel momento siguen vivos en la memoria de quienes compartieron con él. La sencillez con la que se aproximó a cada niño y cuidador quedó grabada como un símbolo de cercanía real, más allá del cargo eclesiástico que ocupaba entonces como Obispo de Chiclayo.

En una ocasión, Prevost asistió a una misa organizada por la comunidad de Aldeas Infantiles SOS en Chiclayo. Fue el primero en llegar, como lo relató Marita, una de las Cuidadoras SOS.
“Me dijo que me felicitaba por la labor que estaba haciendo y también les preguntaba a los niños cómo se sentían, qué tenían, si estaban bien y si se sentían agradecidos. Se veían niños felices, no se veían niños tristes, y eso era lo que a él más le gustaba”, recordó.
Durante su recorrido por la aldea, el ahora Papa reconoció el trabajo de los educadores, conversó con el personal y compartió palabras de aliento. No llegó con discursos preparados, sino con un profundo respeto por quienes dedican su vida a proteger la infancia. Para muchos, fue la primera vez que una figura religiosa de su nivel se detuvo a mirar de frente sus historias.

Elías, quien entonces era adolescente y actuó como acólito en la misa, recordó: “Cuando lo vi en el Vaticano, recordé esa misa en la aldea. Me emocioné mucho. No pensé en las fotos, sino en ese momento tan especial que vivimos”.
La visita de Prevost dejó una huella en la comunidad. No fue una jornada más. Quienes participaron, especialmente los niños, todavía recuerdan ese encuentro como un hito. Su cercanía marcó una diferencia y fortaleció el sentido de comunidad.
Años más tarde, el 8 de mayo del 2025, el mundo conoció al nuevo papa. Marita, al enterarse de la elección, no lo podía creer. “Mi hija me dijo: ‘Mami, mira, ya eligieron al papa. Es el obispo Robert’. Yo no lo creía. ¿Cómo iba a ser él? Pero sí, era él”, comentó.
Para la cuidadora, la vida ofrece sorpresas. Y esa fue una de las más significativas. Nunca imaginó que el hombre que llegó temprano a su comunidad, que se sentó a hablar con los niños y que valoró su trabajo, iba a dirigir la Iglesia Católica.

Hoy, ya como Papa León XIV, su compromiso con la infancia continúa. Su paso por Chiclayo se convirtió en símbolo de lo que puede significar la empatía en la vida de un niño.
“Le digo que se siga ocupando de lo bueno que hay en la vida, que se ocupe de todos los niños que nos necesitan”, expresó Marita, con la esperanza de que aquel gesto que marcó su aldea siga repitiéndose en otros rincones del mundo.