En una anécdota que recuerda Enrique Ghersi, cierta vez Friedrich Hayek visitó la capital peruana. Era 1978 y, a su paso por Lima, el premio nobel de economía de 1974 observó una llamativa cantidad de vendedores ambulantes en las calles del centro de la ciudad. Conversando con el entonces estudiante Hernando de Soto, Hayek le soltó una de sus frases provocadoras: “Lima es igual a Londres”. De Soto tuvo que repreguntar. “¿A Londres?”, dijo. “Sí, a Londres del siglo XVIII”, retrucó el austriaco. “¿Usted no ha leído a Charles Dickens? En los libros de Dickens se describe a la ciudad de Londres del siglo XVIII con ambulantes y todo. Esta es la emergencia de una economía de mercado de origen popular”. Y fue así como surgió la idea del libro El otro sendero.
Varios años después, sin embargo, seguimos atrapados en la emergencia, en todo el sentido de la palabra. Hemos avanzado muy poco. Para algunos, estamos viviendo la Fiebre del Oro de la California del siglo XIX. Un ejemplo que va en la misma línea, aunque a mayor escala. Una informalidad que se confunde con la ilegalidad. Un mercado negro que se ‘blanquea’ con la complicidad del Estado. Y un capitalismo salvaje que aún no ha logrado imponer el imperio de la ley en los extramuros del pequeño mundo formal de la ciudad letrada.
Son los tiempos de Adam Smith, no el economista, sino el asaltante. El extorsionador que aterroriza municipios, empresas y músicos de cumbia. El delincuente que confunde generar riqueza con pedir cupos, porque aunque sus críticos lo ignoren, el economista homónimo sí criticó la corrupción y la falta de ética en su libro La teoría de los sentimientos morales (1759).
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