Es sintomático el poco ruido político que ha hecho la izquierda electoral alrededor del Mes del Orgullo. Salvo la voz de sus representantes más clasemedieros y citadinos, la izquierda que aspira a volver al poder en 2026 ha bajado la voz en torno a la agenda LGBTIQ+. Un perfil bajo que podría ser estratégico en el sentido más marxista del término (Groucho, no Karl), porque parece que, si al peruano promedio no le gustan los principios progresistas de la agenda LGBTIQ+, la izquierda tiene otros.
Perdió el orgullo y ganó el prejuicio. Atrás quedaron las demandas de la comunidad gay y la agenda de género. Quizás por ser tildadas de muy impopulares, centralistas o simplemente limeñas. Las causas posmateriales que la izquierda progresista empuñó como banderas en las elecciones de 2016 se han guardado irónicamente en el clóset, con una mezcla de vergüenza, hipocresía, pragmatismo y oportunismo.
Hoy, la apuesta de Nuevo Perú es por su candidato Vicente Alanoca. Es decir, por las demandas materiales (cambiar el modelo económico), las promesas maximalistas (Asamblea Constituyente, nueva Constitución), el discurso poscolonial (contra el “saqueo extractivista extranjero”) y las políticas identitarias (pueblos originarios, etnia aimara). Porque, aunque Alanoca no se opone a la agenda LGBTIQ+, tampoco ha sido su prioridad en las entrevistas que ha dado. En el fondo, la verdadera apuesta es repetir el fenómeno Pedro Castillo, por aquella frase marxista de que la historia siempre se repite dos veces (Karl, no Groucho). Por eso, han lanzado a Alanoca, un reconocido antropólogo, docente universitario y doctor en Derechos Humanos. Es decir, a un verdadero profesor, un Pedro Castillo 2.0 que pretende revivir la red del magisterio y repetir la historia.
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